lunes, 27 de octubre de 2008

El Hombre de la gorra


Lleva 24 años dedicado a acomodar autos, partió haciéndolo en la calle y hoy trabaja en un estacionamiento privado, los elementos esenciales para realizar su trabajo son: una cotona y su gorra


7.00 AM y Héctor Manuel Navarrete García (65) se levanta para dirigirse a 10 de julio Nº8. No hay tiempo para desayunar, se baña y sale rápido de su casa, el trayecto es largo desde el paradero 30 de Santa Rosa. Prefiere llegar temprano y tomar desayuno en el trabajo. “No me gusta estar en mi casa, me gusta trabajar, lo hago desde los nueve años”, dice Héctor. Es la hora de abrir el estacionamiento, pero antes debe vestirse para la ocasión. Una cotona azul y su querida gorra negra lo acompañarán hasta la hora de cierre. “Es el respeto hacia el cliente, a mí nadie me obligó a comprarme la gorra y la cotona, lo hago por que me gusta, siento que es lo mínimo que puedo hacer por los usuarios del estacionamiento. Lo principal para mí, es la gorra, porque sin ella sería cualquier persona viendo un auto y no un acomodador de vehículos”, dice.

Un hombre muy simpático y con la risa a flor de piel, no se avergüenza de la falta de dientes en su boca, aun así, le sonríe a todo el mundo. “Es un muy buen hombre, muy cariñoso, un gordito alegre, un gran amigo, le importan mucho las personas, a mí me dio trabajo cuando llegue hace diez años acá”, dice su amiga Bernardita Suarez (54), mientras toma de la mano a Héctor, quien detrás de su alegría y buen humor guarda una pena muy grande: nunca tuvo la oportunidad de conocer a sus padres.

“Mi madre me parió y me dejó, al igual que mi padre, nunca supe más de ellos”. Se crió con una tía, Sonia García Pavez. Héctor se esfuerza para que sus tres hijos no pasen por lo que él vivió y Alejandro (19), Andrés (21) y Francisco (24) estén orgullosos de él.

Es querido y respetado por la gente que llega a su estacionamiento, sobre todo por los más antiguos.” A este cliente lo conozco hace 10 años”, dice Héctor, mientras ingresa un vehículo. “Yo tengo plena confianza en él, vengo a la feria y sé que a la vuelta mi auto va estar igual como estaba, en esta época lo dejo con las ventana abajo por el calor y nunca le ha pasado algo“dice, Alejandro Satelices, cliente habitual del estacionamiento de Héctor. Todos saben cuanto es la tarifa - $500 la hora - y no tienen problemas en pagarla, aunque no falta el que no tiene con que cancelar o el que paga menos, pero Héctor no se hace problemas, igual se despide cordialmente y con una sonrisa de sus clientes habituales. “No me di cuenta que me quede sin plata después de la feria así que le ofrecí unas manzanas a don Héctor, pero no me las aceptó, me dijo que no me preocupara y que lo dejáramos para la próxima”, cuenta Mariana Catalán desde su Toyota Tercel color verde

Este año, Héctor jubiló pero sigue trabajando “Ahora me canso más que antes, ya no puedo salir en las noches y venir como si nada, aun así, me gusta mi trabajo lo paso muy bien.” Durante la jornada, una pequeña radio a pilas lo entretiene, Héctor es un amante de las rancheras y los tangos. Además de la radio, posee la compañía de las personas que vienen a estacionar y de los que detienen su camino para saludarlo y conversar con él. Es un hombre muy sociable y chistoso, entre medio de las frases que dice, siempre agrega una broma.

Es hora de cerrar el estacionamiento, Héctor se dirige a la caseta donde deja sus cosas, apaga la radio y se cambia de ropa, cuelga su cotona y guarda su gorra que según él, es lo más importante a la hora de cuidar autos. Desde ahí deja de ser el acomodador de vehículos y Héctor se dirige a su casa a cenar con sus hijos, ver las noticias en televisión y dormir, para volver a ponerse su uniforme al día siguiente.

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